Hoy, de regreso a casa, miro atentamente por la ventanilla. Llego a mi viejo barrio, hace apenas un año que lo dejé, ahí sigue, tan grande y tan pequeño, tan escondido y tan centrico, tan popular como desconocido. Ahí dejo mi infancia y me adolescencia, mientras me alejo de él, me acerco a lo que fue la casa de mis abuelos. Entre la ciudad y el campo, las tejas decoran lo que representa un antiguo pueblo agricultor, semiengullido por la urbe. Las ruinas lo dominan, capitaneado por un ejército de zarzas y malas hierbas, tapando el olor a noche de verano. La luna y las parras del porche, aquellos racimos de uvas con los que me obsequiaba mi gruñón abuelo al son de las risas de nietos y primos, voces conocidas de una familia con un nexo común, los abuelos, ya dispersa o ausente.
Ya me alejo, e inevitablemente, vuelvo a acercarme a mi infancia. La montaña, aquel valle por el que mi padre me lleva de aventura. La selva en el pueblo, lo desconocido en la colina, la gruta en la galería de agua. Aquellas aventuras con mi padre, donde el rinconcito salvaje y retirado del pueblo se convierte en todo un mundo desconocido para mi. Estamos él y yo, solos contra mi imaginación aventurera. Como siempre nuestras correrías alejados de la civilización, a mi pequeña e inocente escala, terminan con un final feliz, una sonrisa, y unas moras silvestres. Mi padre me dejaría, pero me sigue acompañando.
De todos sitios nos alejamos, pero siempre nos acercamos a algún lado, pocas veces futuro, algunas veces presente, siempre pasado.
2 comentarios:
Nostalgia, un buen título para este post. Gracias!
Los recuerdos suelen ir unidos de forma consciente o inconsciente a una persona, aunque haya paisajes, una casa, un olor de por medio. Los recuerdos son de carne y hueso y se acercan y se alejan en función de la nostalgia.
Te felicito por tener un lugar al que volver tus ojos.
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