Esta semana he tenido que sufrir dos días de curso intensivo de formación al que nos ibligaban a ir en el trabajo. En un principio, se anticipaba bien: dos días de formación, nunca está de más reciclarse, una excelente ocasión para intercambiar impresiones con otros profesionales del área, y a demás un buen inicio para la semanita de vacaciones carnavalescas. Pero, sin embargo, o dios mio, mi gozo en un pozo, cuando descubrí la cruda realidad.
No voy a describir el cúmulo de despropósitos que supuso este curso, solo los puntos más relevantes.
1. Forzar a toda la audiencia a llegar a una intempestiva hora de la mañana, para tener que esperar allí muerto del asco ya que las actividades no empiezan hasta las 12 del mediodía.
2. Sufrir algunos ponentes que, si bien nadie duda de su profesionalidad, habría que recordarles que ninguna audiencia soporta 3 horas de charla continuada manteniendo la atención.
3. Ponentes que realmente nadie sabe a qué están allí. Es más, las preguntas finales, de algunos compañeros de penurias, iban dirigidas a que aclarara este señor qué relación tenía lo que nos contaba con la temática del curso de formación. Lamentable, creo que se había equivocado de jornadas...
4. Final de espanto, una señora que vino a hablarnos de libros de cocina. La audiencia se miraba incrédula, no puede ser cierto lo que estamos oyendo. Pero no estuvo un ratito, no, que va, estuvo 3 horas comiéndonos el coco.
En fin, vivir para ver, o beber para vivir, según se mire.
1 comentario:
Puedes consolarte pensando que ya pasó!
Un abrazo. ;-)
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