El concepto que he tenido de la mujer a lo largo de mi vida ha sido de lo más variado.
De niño, pensaba que las chicas eran la cosa más inútil del mundo, pues eran de lo más patoso y no sabían jugar al fútbol. Luego uno va creciendo, las hormonas ofuscan el lóbulo frontal y piensas que una mujer es ese cacho de carne que rodea al coño. Afortunadamente superamos la fase de homo
eréctil (al menos algunos de nosotros) y nos convertimos en unos calzonazos como un servidor.
Recuerdo de chaval pensar en nuestra pandilla, una decena de adolescentes ociosos amontonados en una esquina (mi esquina), hablando de todo un poco (a veces de tetas, a veces de culos), durante horas y horas. Más solos que la una, abonados al Reflex, todo lo hacíamos juntos. Alguien va al cine, vamos todos, alguien alquila una peli guarra, la vemos en equipo, por si alguno no la entiende y hay que explicárselo.
Con el tiempo poquito a poquito los granos remiten y podemos acercarnos a una mujer, la cosa ya cambia. Las primeras novias hacen que empecemos a tachar caras de la foto de grupo: "Las almas perdidas". Una cruz roja que marca aquel bravo soldado que ha perdido la virginidad en manos (como mínimo) de una mujerzuela. Pero para entonces aún habia una vuelta atrás, siempre puedes arrepentirte.
Pero cuando llegas a cierta edad, ya no hay marcha atrás.
Este fin de semana perdemos definitivamente a un destacado miembro de nuestro pelotón Homo Eréctus, el Nai se nos casa. Y no solo se casa, sino que tiene la mala leche de invitarnos.
Las bodas tienen la mala costumbre de despertar ese chip conservador que tienen todas las mujeres de mi generación, latente en algún rinconcito de su cerebro. Las bodas y el puto arroz, porque
de tirarse cosas va el asunto, y porque el arroz
se pasa. No se si felicitarle o mandarle un paquete bomba si esta boda tiene consecuencias indeseadas en mi costilla...
Bromas aparte, me alegro por ti Nai, SE FELIZ