miércoles, febrero 09, 2005

Ante la ley

Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre
procedente del campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la
Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la
entrada. El hombre reflexiona y pregunta si podrá entrar más tarde.
- Es posible- responde el guardián-, pero no ahora.
Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre,
y el guardián se sitúa a un lado, el hombre se inclina para mirar a
través del umbral y ver así qué hay en el interior. Cuando el guardián
advierte su propósito, ríe y dice:
-Si tanto te incita, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Ten
en cuenta, sin embargo, que soy poderoso, y que además soy el guardián
más ínfimo. Ante cada una de las salas permanece un guardián, el uno
más poderoso que el otro. La mirada del tercero ya es para mí
insoportable.
El hombre procedente del campo no había contado con tantas
dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento,
pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su
abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada, la barba negra,
fina, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso
para entrar. El guardián le da un taburete y deja que tome asiento en uno
de los lados de la puerta. Allí permanece sentado días y años. Hace
muchos intentos para que le dejen entrar y cansa al guardián con sus
súplicas. El guardián le somete a menudo a cortos interrogatorios, le
pregunta acerca de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas
indiferentes, como las que hacen grandes señores, y al final siempre repetía que
todavía no podía permitirle la entrada. El hombre, que se había provisto
muy bien para el viaje, utiliza todo, por caro que sea, para sobornar
al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo dice:
- Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo.
Durante los muchos años que estuvo allí, el hombre observó al
guardián de forma casi ininterrumpida. Olvidó a los otros guardianes y este
le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley.
Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya
envejecido, sólo murmuraba para sí. Se vuelve senil, y como ha sometido
durante tanto tiempo al guardián a un largo estudio ya es capaz de
reconocer a la pulga del cuello de su abrigo de piel, por lo que solicita a
la pulga que le ayude para cambiar la opinión del guardián. Por último,
su vista se torna débil y ya no sabe realmente si oscurece a su
alrededor o son sólo los ojos que le engañan. Pero ahora advierte en la
oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley.
Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su cabeza
todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que
hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, ya
que no puede incorporar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que
inclinarse hacia él profundamente porque la diferencia de tamaños ha variado
en perjuicio del hombre.
-¿Qué quieres saber ahora?- pregunta el guardián-, eres
insaciable.
-Todos aspiran a la Ley- dice el hombre-. ¿Cómo es posible que
durante tantos años sólo yo haya solicitado la entrada?
El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para
que su débil oído pueda percibirlo, le grita:
-Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta
puerta, pues esta entrada esta reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y
cierro la puerta.

Ante la ley (1915) - Franz Kafka

La única grandeza del hombre está en conocer, en buscar y encontrar, así como equivocarse, vagar y morir. Pero eso nos hace grandes, nos hace distintos al resto de los seres, y por ello debemos luchar, rompiendo con las verdades dadas, con la pasividad decadente, con la desidia del miedo y las promesas.

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